1- El joven que llego de Japón
La luna llena se materializo en el cielo de la ciudad, y mientras bañaba con su luz los tejados de las casas y las azoteas de los edificios, regaba una atmósfera de tranquilidad algo inusual para los habitantes de una gran urbe.
La luz blanca hacía que todo cobrara un brillo casi fantasmal, pero curiosamente resaltaba la belleza arquitectónica de la ciudad con sus edificios de estilo barroco y colonial, un paisaje sin duda hermoso e inspirador.
Esto resultaba más evidente para Amano Kyotzuki. Un joven nacido en Hokkaido Japón y que a sus 17 años había recorrido más mundo que lo que muchas personas recorrerían en su vida.
Para Kyotzuki, resultaba encantadora la cantidad de contrastes que ofrecía la ciudad de México, colosal, basta y llena de carencias;
-¡Todo un gigante dormido!-
Había exclamado al momento de conocerla por primera vez. Pero hoy a casi 2 años de su llegada, le seguía maravillando lo contrastante del estilo de vida de sus habitantes.
Kyotzuki caminaba entre las calles empedradas de algunas colonias del sur de la ciudad, justo al salir de su trabajo. Nada raro en el, que estaba acostumbrado a trabajar desde muy pequeño; su padre desapareció cuando el tenia 3 años y su madre caería en depresión, de la cual jamás se levantaría. Es por eso que al fallecer ella 4 años atrás el se decidió a salir de Japón para conocer el mundo, y después de estar en algunos lugares, llego por casualidad a esta enorme ciudad, que lo recibió con sus calles frías y su gente en constante movimiento.
En poco tiempo debido a su gran carisma se hizo de algunas amistades, consiguió trabajo en una librería y consiguió que le rentaran un cuarto donde poder dormir, realmente le gustaba el trato de la gente de la ciudad, que a pesar de parecer distantes como los de cualquier otra ciudad, tenían cierta calidez en la mirada que lo hacia sentir cómodo.
Y ahora, mientras observaba la luna, recordaba los sucesos tan interesantes que había vivido en los últimos años. Tantos lugares donde estuvo, y en los que se filtro como polizón, países que al principio le parecían interesantes y acogedores, pero en poco tiempo lo hicieron sentir solo y ajeno.
Por alguna extraña razón se sintió nostálgico, así que tratando de alejar dichos pensamientos de su cabeza, acelero el paso mientras cruzaba un parque en el que la luna hizo titilar la figura de dos coyotes de bronce en una fuente. Kyotzuki se detuvo, observo y sonrió;
-¡Kitsune-des!-
En su mente, se evocaron los recuerdos de los zorros rojos que habitaban en Hokkaido y que son muy raros de ver.
Cruzo el resto del parque y llego hasta una reja, frente a la cual saco una llave, abrió la puerta y cruzó el umbral hacia adentro, sin darse cuenta en ningún momento que era seguido y vigilado muy de cerca por un par de figuras masculinas, delgadas y de alturas dispares.
Una vez dentro de la casa, una pequeña de unos 8 años se abalanzó sobre el mientras lo saludaba;
-¡Kyo! Que bueno que llegaste, te extrañe mucho y la abuela dice que ya es hora de cenar-
-¡Esta bien Mariana, pero déjame respirar, eres muy fuerte y me lastimas!-
Protesto Kyotzuki en tono cariñoso y condescendiente para con la niña. A quien había conocido cuando recién el llegaba a esta ciudad, y gracias a la cual, tantas cosas buenas le estaban sucediendo.
Fuera de la casa, ambos hombres confirmaron por celular la presencia de Kyotzuki mientras del otro lado de la línea se escucho la orden de no dejarlo solo jamás, y reportar sus actividades a diario hasta nuevo aviso.
La voz de la dama dejo paso a la nota intermitente que emite una llamada al finalizar, y ambos hombres subieron a su auto, estacionándose pocos metros adelante, justo frente a la habitación del joven que ahora se había convertido en su protegido por orden de su ama.